jueves, 10 de agosto de 2017

Chimal


Cuando de muy joven leí La insoportable levedad del ser de Milan Kundera (supongo que fue allí), me impresionó cuando el narrador hablaba de esa suerte de diccionario que tienen los amantes: una colección de las palabras cuyo sentido está determinado por la relación misma y es inaccesible para alguien fuera de ese contexto. Con el paso de los años, me he dado cuenta cómo lo mismo sucede a nivel individual. Es decir, hay palabras que para cada persona tienen un sentido único, porque están asociadas con diferentes vivencias, personas o emociones y su significado, además, va cambiando con el tiempo.

Así me pasa con el vocablo "Chimal", llanamente el apócope del nombre de un pueblo en el Estado de México, situado en las faldas del volcán Popocatépetl, pegadito a la cabecera municipal, Ozumba de Alzate.

En Chimal, mi tía Marisa y su primer marido, mi tío Jean compraron y arreglaron hace añísimos una casa hermosísima. Xantepa la llamaron (o ya se llamaba así, no lo sé de cierto), mejor conocida en la familia como "el rancho". Allí se hacían toda suerte de celebraciones (bodas, bautizos, primeras comuniones, comidas de Año Nuevo). La última fueron los 90 años de mi tía. Después se vendió "el rancho" y ella se fue a vivir a Guadalajara.

A mí de adolescente me encantaba acompañar a mi papá a visitar a su hermana o quedarme unos días de vacaciones con los tíos, sobre todo en el época en que mi abuela Ma. Luisa vivió allá y tuvimos oportunidad de convivir más.

En la parte de abajo del terreno de Xantepa, desde donde se ve el volcán, mi papá construyó también su propia casa. "El castillo plano" le digo yo, nombre que se le ocurrió alguna vez a Adrián, mi esposo, cuando vivimos allí una temporada. También nos habíamos casado en ese lugar unos meses antes. (La ceremonia civil fue en el castillo y la fiesta en casa de mi tía.) 

En este Chimal ampliado, pasé mis primeros meses de embarazo, muerta de frío en el caserón de mi papá. Mientras vivimos en aquella casa, estrechamos los lazos con "la comadre", Ma. Eugenia, la arquitecta de esa casa, quien había ido como invitada del "señor del castillo" a nuestra boda. (Esa casa, de hecho, se vendió también, aun antes que la de mi tía, después de la muerte de mis padres.)




En aquella época, hace más de veinte años, Chimal pasó a significar también el Café del Arco, localito que "la arqui" abrió en la casa suya y de su mamá, doña T. (Su papá había muerto un poco antes y tristemente no tuvimos ocasión de tratarlo.) Ahí íbamos Adrián y yo (con "Merengue" incluido, a veces transportados en carretilla) una vez a la semana, por lo menos, a comer bocadillos, galletas y beber té de la casa. Y, así, fue profundizándose nuestra amistad con Ma. Eugenia, fortaleciéndose el vínculo que, a la fecha, es uno de los más importantes en la vida de Santiago y mía.





Hoy Chimal es, ni más ni menos, nuestro (de mi hijo y mío) lugar seguro. Así de simple. Pasar nuestras vacaciones en casa de Ma. Eugenia, también llamada Tlanihuitl, en compañía de la Charamusca, su perra, Cleopatra, su gata, y su caterva de pollos, además de las golondrinas que año con año vuelven a anidar y procrear, es el mejor antídoto para el estrés, el cansancio, las tristezas, las dudas o los enojos. Siempre anda por ahí el recuerdo de doña T y de lo que opinaría de tal o cual cosa y ahora también acordamos del Bon, el gato blanco con cara de enojado que recién pasó a mejor vida.




Chimal es jugar continental, ver pelis, desayunar tlacoyos, tamales, huevos rancheros, tacos de papa, dobladitas de queso. Chimal es platicar, platicar de todo: de la vida, de la muerte, de lo cotidiano, de lo trascendente, de la UNAM, de los amores y desamores, de las esperanzas y las pasiones. Chimal es reírnos como locos, con o sin provocación. Chimal es ver a los pollos darse un festín en el balneario que han hecho en lo que era el jardín de la casa. Chimal es sacar fotos, cientos de fotos, y luego compartirlas con la comadre y fotografiar algo por encargo suyo. Flores de manzanos y de perales. Manzanas y peras. Aves del paraíso y floripondios. Ropa colgada. Sombras de ropa colgada. Reflejos en los cristales. Geranios a contraluz.




Chimal para mí es lo que la mayoría de la gente llamaría, supongo, "estar en familia". Ese Chimal de Ma. Eugenia es uno de mis lugares consentidos en el planeta.





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