viernes, 8 de septiembre de 2017

Invitado: Santiago Bellon Iglesias


Añoranza

Me levanto del asiento del camión y me aproximo a la puerta de salida. El sonido del timbre y apertura de puertas subsecuentes me reciben con una oleada de calor húmedo. Cuernavaca y su inconfundible temperatura. Claro, tampoco podía faltar el “¡Ese güero!” de los vendedores ambulantes en la esquina de Ávila Camacho. Después de esta jocosa bienvenida, me dispongo a avanzar por la pronunciada pendiente que eventualmente me llevará a mi calle.
Después de unos minutos de penoso ascenso, comienzo a divisar los diversos establecimientos que pueblan la avenida. Los abarrotes, el changarro de micheladas, los restaurantes... Observo caras conocidas franqueando los umbrales de aquellos locales que tantas veces he visto, sin llegar a entrar. La mayoría de estas caras no me saludan, pero noto señales de reconocimiento casi imperceptibles en sus facciones cuando posan sus ojos sobre los míos.
Cruzo una calle, e inmediatamente me atrapa el embriagador aroma de tacos al pastor. Los gritos de los meseros, el calor del fuego y el sonido de la carne marinada cocinándose a fuego lento en el trompo me hacen agua la boca. Son incontables las veces que mi paladar se ha deleitado con un alambre y un agua de horchata en esta, mi taquería favorita. Enseguida me encuentro frente a frente con el mecánico de la esquina, el cual siempre me sorprende por su inconfundible parecido a Elijah Wood. De nuevo, sin saludarnos pero reconociéndonos el uno al otro.
Finalmente doblo la esquina en San Jerónimo, la calle en donde he vivido durante los últimos 12 años. Siento mis pies golpeando el pavimento a cada paso, el sol provinciano acariciando mi piel, escucho los trinos de los pájaros que anuncian el atardecer. Los recuerdos se agolpan en mi mente, recordándome momentos en que todo era más fácil, en que no tenía que pensar constantemente en el mañana; solo me tenía que preocupar por llegar a mi hogar sano y salvo. Ahora nada más vengo de visita, los recuerdos se combinan con angustia, con incertidumbre y melancolía. Pero mi corazón da un vuelco y mi respiración se tranquiliza cuando el portón de mi fraccionamiento se abre, extendiéndome los brazos como diciendo: Bienvenido a casa.

2 comentarios:

  1. Que bello!! Me regresaste a mi pasado y me dejaste algo importante: Solo se que quiero volver! Gracias!

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    1. Gracias a ti, Shula, por pasarte por aquí, comentar y dejarte conmover por las palabras de mi hijo...

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