lunes, 9 de octubre de 2017

A tres semanas (casi)


Mañana se cumplirán tres semanas del terremoto aniversario del otro terremoto y yo no puedo acabar de aterrizar de vuelta. Quizás porque no hay vuelta. Porque el mundo es otro. Cambió. Como cambia a cada instante. Y escribir me alivia. Y así me empecé a aliviar, tres días después del "temblor" (me sorprende cómo los mexicanos les decimos así, "temblores", aunque sean terremotos), escribiéndole una crónica a una amiga en Barcelona. Hoy la transcribo aquí (con algunas variaciones), para seguir sanando:


Yo el martes 19 de septiembre estaba en casa. No había ido a trabajar a la escuela, pues tenía mucha gripa. Recién había terminado de hablar con una amiga en la Ciudad de México por el skype, cuando empezó a moverse mi departamento de una manera que no había sentido nunca y eso que llevo toda la vida viviendo en zona sísmica. Lo primero que vino a mi mente fue: "Esto se va a caer". Entonces corrí a la puerta, abrí la reja, cerrada con llave, y salí despavorida. Mis gatas se habían escondido y no podía sacarlas, pero pensé que si dejaba la puerta abierta y se salían, se perderían y entonces morirían. Me regresé a cerrar la puerta. Escuchaba cómo se caían cosas dentro. Llegué a la planta baja, donde había otros vecinos, preocupados, gritando, como idos. Algunos establecían contacto. Otros, no. Yo estaba en pijama, pero todo eso en ese momento no importaba.

Después de un rato, ayudé a una vecina a subir unas bolsas de súper antes de que fuera por su hija a la escuela. Entré a mi departamento por mi teléfono celular, vi el monitor de la computadora en el piso, cara abajo, pero funcionando. Apagué todo. Había muchas cosas rotas y hechas pedazos en el piso. Volví a salir. No tenía señal. Me fui hacia la caseta de guardias que resguardan los edificios para ver si tenían el teléfono en funciones y tratar de localizar a mi hijo en Ciudad de México. Nada. Me encontré con un vecino-amigo boliviano en el jardín, junto a una de las albercas, en pijama también y en shock. Lo abracé. Me puse a llorar. Me preguntó si íbamos por su hijo a la escuela. Tampoco podía localizar a su esposa, que estaba en el trabajo, en un edifico que resultó muy dañado. Le dije que por supuesto fuéramos por su hijo y luego por su esposa.

Resultó que ayudarlo a él, que le costaba trabajo tomar decisiones, me ayudó a mí. No sabíamos aún las dimensiones de lo ocurrido. Y yo seguía sin poder localizar a Santiago (tardé casi 8 horas en lograrlo). Tardamos un buen rato en el tráfico (había tramos donde el olor a gas era fortísimo), pero recogimos a la esposa de mi amiga, embarazada y muy asustada, pero bien. Volvimos a casa. Decidimos comer en el jardín, tipo pic-nic, juntamos la comida y empezamos a convivir y a apoyar a otros vecinos. A hablar. Yo temía volver a casa. Y aún no localizaba a Santiago. Y ya se acercaba la noche. 

Finalmente volví, prendí mi compu, me puse a barrer objetos rotos (muchos adornos habían perdido la cabeza, literalmente), a contestar mensajes, a hacer llamadas, a limpiar la arena de mis gatas, en un estado como partida en varios pedazos. Me acordé que tenía ropa en la lavadora desde hacía horas y que se iba a apestar. (Qué rara es la mente.) La colgué en el balcón. Finalmente, un amigo de mi hijo me habló para decirme que ya había hablado con él. Le hablé yo. Un alivio enorme. Y entonces empaqué una bolsa para irme a dormir a casa de mis amigos. (Me daba miedo dormir en casa sola.)

Al día siguiente me pasé casi el día entero con ellos. (Tienen un niño de 6 años, que se ha enamorado de mí y yo de él...). Pasé unos ratos en mi casa, con mis gatas, viendo mensajes. Comimos juntos. Luego fuimos al súper por víveres que llevamos a la Cruz Roja. Volvía a mi casa otro rato. Volví a la de ellos. Me puse a vomitar (creo que era más el susto guardado que otra cosa). El niño quiso ver una peli. Me quedé dormida y luego ya me fui a su cama (él se quedó con los papás). Esta mañana desayunamos algo juntos, los papás bastante pegados a sus celulares, con unas imágenes terribles de la tragedia y también de la solidaridad. Y ya me tocó volver a casa. Hablé con mi hijo, que llega al rato. (Las clases están suspendidas hasta nuevo aviso.) Yo me bañaré, comeré y me iré al consultorio a ver tres pacientes.


Y hasta ahí, el 21 de septiembre. Hoy ya es 9 de octubre. Y yo aún me mareo en casa y siento que vuelve a temblar varias veces al día. Y me siento resquebrajada por dentro (como mucha de la gente que me rodea). Al principio tenía la sensación de que la cotidianeidad se había roto y con ella muchas cosas, grandes y chicas. Ahora la cotidianeidad ha medio vuelto. Pero, claro, nunca volverá a ser la misma.

El sábado, después de un taller sobre teatro de participación, en el que me involucré con un grupo de personas para seguir trabajando en las comunidades afectadas por el "temblor" y ayudarnos a sanar, salimos a la calle y nos encontramos con que estaban demoliendo la barda de la casa al otro lado de la calle. Varios días había estado apuntalada para evitar que se derrumbara, pero ahora ya prácticamente había desaparecido. Se veía la casa desnuda al fondo, y al frente, las raíces de dos hules enormes se habían quedado sin tierra de donde agarrarse, pues sus raíces se habían entretejido con las piedras que formaran la barda.

Quizá esta sea una buena imagen de cómo varios nos sentimos por fuera y por dentro:



















2 comentarios:

  1. Adela, te abrazo desde un lugar donde todavía junto pedacitos de mí.

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    1. Y yo te abrazo de vuelta (aunque solo sé que eres "Unknown"). Juntemos juntos nuestros pedacitos...

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