domingo, 3 de diciembre de 2017

Hace un año


según la hora peninsular de España, ya habríamos acabado de comer el mejor cocido del mundo. (Según la hora mexicana, yo aún tengo unas 4 o 5 horas para recordar y festejar.)

Todo empezó varios meses antes cuando mi amigo (entonces virtual) Jaime comentó, o más bien lo comentó Carmencita, su abuela, cuando lo presentaba en nuestro curso de proyectos narrativos, que hacía un cocido maravilloso (de hecho, ella aprovechó que él estaba en la cocina para hacer su presentación). Desde que la leí, se me antojó. (Mi abuela Ma. Luisa y mi tía Marisa también lo hacían buenísimo.)

El siguiente paso fue que nos tocó compartir índice de la antología que publicó RELEE hace un año, Incómodos. Cuando decidí irme a España a la presentación, me invité a casa de Jaime al cocido y él aceptó encantado. En Madrid nos reunimos con otra amiga, Joana, de Barcelona que se unió al plan del cocido en Villalba, donde viven Jaime y las dos Victorias, en la sierra.

Todo lo acordamos al son de unas cañas después de la presentación. Joana y yo quedamos en vernos "a la salida del metro en Atocha". Perfecto. No había pierde.

Cuando llegué a Atocha, pasé los torniquetes y me puse a esperar. Di vueltas y más vueltas y nada. Y pasaba el tiempo. Y Joana tenía que volver a tomar el AVE a Barcelona y, además, ella tenía todos los datos de Jaime. Y yo, sin celular. Claro.

Cuando ya pensaba que tendría que regresarme a casa de Berna, donde me estaba hospedando, sin cocido ni amigos, se me prendió el foco. Me acerqué a una chica, con cara de buena onda y sin prisa aparente, y le conté mi predicamento: Había quedado con una amiga y no la encontraba y no tenía celular. Y le pedí el suyo prestado. Y me lo prestó. Y llamé a Joana, quien me esperaba "a la salida del metro en Atocha", arriba, en la calle.

Estoy en la entrada al monumento homenaje por el 11M. No te muevas. Y no me moví. Y llegó. Y nos encontramos, finalmente. Y corrimos a la taquilla de cercanías. Y corrimos al andén. Abordamos el tren y platicamos todo el camino.

Cuando llegamos, Jaime nos recogió en la estación y nos llevó a su casa. Y comimos, sin exageración, el mejor cocido del mundo. (Carmencita tenía tanta razón...) Y hablamos, y bebimos vino, y nos firmamos los libros y fuimos "las escritoras" (así nos presentaron con una amiga de la hija de Jaime). Y fuimos muy felices.

De regreso, Joana y yo seguimos platicando en el tren y luego la acompañé al vestíbulo del AVE. Y nos despedimos.

Del cocido no hice fotos, pero sí de un hermoso árbol otoñal a la salida de la estación en Villalba:





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